AMOR
La cafetera crepitaba fieramente, como si fuese a acabarse el mundo. Apagó el fuego y puso la cafetera en la bandeja y la llevó al comedor. Sus manos conquistadas por la artrosis y sus piernas malheridas por 85 años de vida se quejaban. Se sentó a esperar que su mujer llegase para desayunar.
Al escuchar que se abría la puerta del baño, se atusó ligeramente el bigote y el cabello. Y allí apareció radiante su mujer, deseándole buenos días, con su luz propia, su sonrisa de nube y sus ojos azabache que lo convertían a él en el hombre más feliz del mundo.
Distribuyó el contenido de la bandeja entre los dos, y al ver que quedaba un vaso vacío, se dio cuenta que se olvidó de algo. Deslizó su mano por debajo del mantel, a la silla de al lado y extrajo como por arte de magia una rosa que entregó a su mujer, mientras ésta se ruborizaba, aunque este ritual se repetía desde hacía veinte años. Ella aspiraba dulcemente su fragancia, sintiéndose por unos instantes como una jovencita a la que acaban de pedir salir por primera vez.
Dejó la rosa dentro del vaso y se dispusieron a desayunar. Lo hicieron tranquilamente, sin prisa, ya que en sus vidas no había motivo para tenerla. Ahora no tenían obligaciones. Solo se tenían el uno al otro. El uno para el otro.
Acabaron de desayunar y entrelazaron sus manos. Podrían haber estado así juntos por toda la eternidad. Y lo cierto es que estuvieron bastante tiempo. Pero luego decidieron dar un paseo y salieron a la calle, al mundo...
Pasearon tranquilamente hasta que llegaron a la playa. Allí se descalzaron y fueron recorriendo toda la orilla mientras el mar mojaba tímidamente sus pies. Cuando estuvieron cansados, se sentaron en la arena y fijaron su vista al horizonte. ¡Qué lejos y a la vez que cerca lo sentían!
El sol empezaba a molestar y decidieron ir a comer. Lo hicieron en un bar tranquilo, retirado, donde solían ir. Al acabar, volvieron a salir a la calle, a sentir la brisa en sus caras...
Mientras volvían a casa vieron que en el viejo cine del pueblo hacían un ciclo de cine antiguo y reponían una película de Katherine Hepburn y Spencer Tracy y decidieron entrar a verla.
Cuando salieron el sol ya estaba casi acariciando sus sábanas ignífugas, así que se dirigieron a su casa. Cenaron algo frugal y se acostaron. Durmieron abrazados, como siempre.
A la mañana siguiente, él volvió a levantarse temprano para preparar el desayuno. Pero antes de eso, como hacía siempre, salió a la calle. Quería respirar la brisa de la mañana y también tenía que tomar la rosa diaria para su amada. Se dirigió al jardín de unos vecinos que tenían unos rosales preciosos y arrancó suavemente una rosa. Aquella acción prohibida, aunque nimia, le hacía sentir un poco más joven.
Lo que el anciano no sabía, es que durante los últimos veinte años, el vecino poseedor de aquellos rosales lo observaba cada amanecer desde su ventana mientras desayunaba antes de salir hacia el trabajo. Y lejos de mirarlo con odio o resentimiento, lo miraba con sana envidia, porque ansiaba llegar a la edad de aquel anciano amando igual.
Al escuchar que se abría la puerta del baño, se atusó ligeramente el bigote y el cabello. Y allí apareció radiante su mujer, deseándole buenos días, con su luz propia, su sonrisa de nube y sus ojos azabache que lo convertían a él en el hombre más feliz del mundo.
Distribuyó el contenido de la bandeja entre los dos, y al ver que quedaba un vaso vacío, se dio cuenta que se olvidó de algo. Deslizó su mano por debajo del mantel, a la silla de al lado y extrajo como por arte de magia una rosa que entregó a su mujer, mientras ésta se ruborizaba, aunque este ritual se repetía desde hacía veinte años. Ella aspiraba dulcemente su fragancia, sintiéndose por unos instantes como una jovencita a la que acaban de pedir salir por primera vez.
Dejó la rosa dentro del vaso y se dispusieron a desayunar. Lo hicieron tranquilamente, sin prisa, ya que en sus vidas no había motivo para tenerla. Ahora no tenían obligaciones. Solo se tenían el uno al otro. El uno para el otro.
Acabaron de desayunar y entrelazaron sus manos. Podrían haber estado así juntos por toda la eternidad. Y lo cierto es que estuvieron bastante tiempo. Pero luego decidieron dar un paseo y salieron a la calle, al mundo...
Pasearon tranquilamente hasta que llegaron a la playa. Allí se descalzaron y fueron recorriendo toda la orilla mientras el mar mojaba tímidamente sus pies. Cuando estuvieron cansados, se sentaron en la arena y fijaron su vista al horizonte. ¡Qué lejos y a la vez que cerca lo sentían!
El sol empezaba a molestar y decidieron ir a comer. Lo hicieron en un bar tranquilo, retirado, donde solían ir. Al acabar, volvieron a salir a la calle, a sentir la brisa en sus caras...
Mientras volvían a casa vieron que en el viejo cine del pueblo hacían un ciclo de cine antiguo y reponían una película de Katherine Hepburn y Spencer Tracy y decidieron entrar a verla.
Cuando salieron el sol ya estaba casi acariciando sus sábanas ignífugas, así que se dirigieron a su casa. Cenaron algo frugal y se acostaron. Durmieron abrazados, como siempre.
A la mañana siguiente, él volvió a levantarse temprano para preparar el desayuno. Pero antes de eso, como hacía siempre, salió a la calle. Quería respirar la brisa de la mañana y también tenía que tomar la rosa diaria para su amada. Se dirigió al jardín de unos vecinos que tenían unos rosales preciosos y arrancó suavemente una rosa. Aquella acción prohibida, aunque nimia, le hacía sentir un poco más joven.
Lo que el anciano no sabía, es que durante los últimos veinte años, el vecino poseedor de aquellos rosales lo observaba cada amanecer desde su ventana mientras desayunaba antes de salir hacia el trabajo. Y lejos de mirarlo con odio o resentimiento, lo miraba con sana envidia, porque ansiaba llegar a la edad de aquel anciano amando igual.
Canción seducida por el post:
JOAN MANUEL SERRAT
Paraules d'amor
Ella em va estimar tant...
Jo me l'estimo encara.
Plegats vam travessar
una porta tancada.
Ella, com us ho podré dir,
era tot el meu món llavors
quan en la llar cremàven
només paraules d'amor...
Paraules d'amor senzilles i tendres.
No en sabiem més, teniem quinze anys.
No haviem tingut massa temps per aprende'n,
tot just despertàvem del son dels infants.
En teniem prou amb tres frases fetes
que haviem après d'antics comediants.
D'histories d'amor, somnis de poetes,
no en sabiem més, teniem quinze anys...
Ella qui sap on és,
ella qui sap on para.
La vaig perdre i mai més
he tornat a trobar-la.
Però sovint en fer-se fosc,
de lluny m'arriba una cancó.
Velles notes, vells acords,
velles paraules d'amor...
Paraules d'amor senzilles i tendres.
No en sabiem més, teniem quinze anys.
No haviem tingut massa temps per aprende'n,
tot just despertàvem del son dels infants.
En teniem prou amb tres frases fetes
que haviem après d'antics comediants.
D'histories d'amor, somnis de poetes,
no en sabiem més, teniem quinze anys...