16 de julio de 2009

Te amé

No me costó mucho conquistarte. Ya sabes que solo me hizo falta una pequeña brizna de mi encanto natural, pero desde el primer segundo, desde aquella eternidad en que mis ojos se encontraron con los tuyos y permanecieron sin parpadear, supe que nuestro amor tenía fecha de caducidad. Y aún casi ni había nacido. Posiblemente, tú también lo sabías, o te engañabas (o me engañabas). Por eso aquel primer y mágico beso tenía el sabor justo de amor y demasiado de despedida.

Pero no bajé los brazos, ni me rendí y luché por ti, por nosotros y te regalé la Luna, el Sol, los planetas… pero he regalado tantas veces la Luna, que tengo un cupón de descuento y he sido nombrado cliente del siglo.

Llené tus ojos de atardeceres y tu alma de amaneceres, con un sol nuevo y radiante cada día… pero solo te quejabas de la arena que se pegaba a tus pies…

Lastimé mis manos atrapando a supernovas justo antes de eclosionar, para que no te enteraras que hasta las estrellas mueren y así dieras una oportunidad a nuestro amor… solo hasta la eternidad.

Te escribí mis mejores páginas, con las palabras fluyendo concisamente para hablar de ti, pero por lo visto no querías ser musa de nadie y acabaste siendo vulgar para tantos…

En la cama apenas susurrabas mi nombre, haciéndolo todo tan impersonal… yo no paraba de susurrar y gemir el tuyo, de llenar mi boca y la habitación con él, mientras te llenaba de mí, pero siempre te sentía tan lejos, casi en otro hemisferio. Si supieras hasta cuánto tiempo después se me escapó tu nombre estando con otra…

Tú ibas estrangulando nuestro amor con las sábanas, nuestras sábanas, debilitándolo casi hasta la extenuación, mientras yo intentaba reanimarlo, cada vez con menos fuerzas… con menos esperanzas.

Y llegó el temido día, cuando me quedé esperándote en aquel banco del parque, buscándote en cada sombra que asomaba a mi vista… pero llegó el atardecer y el sol no se escondió detrás de tus ojos negros.

Luego se instauró en mi vida el silencio, la soledad y el desasosiego. Te echaba tanto de menos como el cauce seco a su río… No volvería a escuchar tu sonrisa después de alguna de mis payasadas, ni a tocar tu piel, ni hacerte mía…

Pasó el tiempo, ese que dicen que lo cura y aplaca todo, cuando al cruzar aquella esquina coincidimos, casi tropezamos… Pensaba que mi corazón daría un vuelco, ya que había soñado en multitud de ocasiones con nuestro reencuentro, pero éste, a pesar de lo débil y sensible que es, apenas se inmutó ni aceleró ningún latido. Sin embargo, tú sí que estabas alterada, con el corazón en la garganta, tartamudeando… y con tu cara, tu preciosa cara, tan colorada como jamás la había visto. Hasta parecías humana…

Quizá te sorprendió mi naturalidad o la sonrisa y los buenos deseos con los que me despedí. Seguramente, hasta me sorprendí a mí mismo por la tranquilidad mostrada, pero en aquel instante en que nuestros ojos volvieron a cruzarse, comprendí que no eras la misma de antaño, la misma que me enamoró locamente. No tenías aquella aura especial, ni aquel paso que hacía temblar todo mi mundo… solo te habías convertido en una más…

Puede que pienses que te guardo rencor, que te odio y maldigo, pero nada más lejos de la realidad. Solo puedo estarte agradecido: gracias a ti soy mejor persona, amante, poeta, hombre, soñador…