Se apagan las luces o posiblemente hayan estado apagadas siempre, cuando el raído y pesado telón cobra protagonismo y se levanta pesadamente, como un anciano con resaca, mostrándome (dejándome) solo en el centro del vacío y frío escenario, ante una multitud de nada, ante un mar sin agua y aún así estoy temblando y con los ojos asustados.
Sé que en cualquier momento, cuando mi corazón hable desbocado como una manada de caballos salvajes, la lejana puerta del fondo se abrirá, dejando entrar aparte de algo de luz del exterior, a tí. Elegirás al azar una butaca, quizá en primera fila o en el recóndito más inhóspito, y podrás estar desde un segundo a toda la eternidad aquí a mi lado, aguantando mis palabras... solo mis palabras.
No esperes que la función tenga efectos especiales, ni tumultuosas coreografías... ni siquiera estrellas invitadas. Aquí solo encontrarás palabras, aunque estén en desuso. Y sé que ni siquiera serán acertadas y precisas... pero serán mías.
Dicen que vale más una imagen que mil palabras, pero una imagen no muestra todo el pastel, no explica todos los recodos ni pliegues... En mil palabras es muy difícil esconderse, aunque todas las palabras fuesen esdrújulas y te permitieran rincones, esquinas, claroscuros, penumbra...
Aquí estaré, siendo lo que he sido siempre: un exhibicionista de alma y corazón. Y aunque a ratos estaré sin coraza y luchando contra mil espadas, en mis manos solo tendré mi corazón.